Pero esto se acabó. He hecho un lavado de cara al blog, y también lo haré en sus entradas. A partir de ahora, será una ventana a mi parte daimonista, aunque también lo será a mis “pequeña y poco seria producción artística”. De este modo, trazo la linea de lo que aparecerá en este blog y en el de Genio y Figura. En aquel seré yo, mis ideas, mis arengas y mi vida. Aquí seré Lio, Rester y aquello que producimos o que encontramos bello.
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Hecha la aclaración introductoria, ahora querría centrarme en mi daimonion, Rester Dyaxen, y los sucesos que nos han rodeado últimamente.
Si bien ya está de sobra claro quién es Rester, tal vez dado mi carácter no esté tan claro lo que significa para mi. Aunque no le visualice de seguido, aunque no siempre hablemos, aunque no pueda definir las razones que me hacen creer que posee una u otra forma, él es sin duda mi punto de apoyo. Pero no es siempre un pozo en el que yo pueda verter mis lágrimas. Él es tan imperfecto como yo, tal vez bastante menos, pero imperfecto. No siempre puedo encontrar en él apoyo, porque a veces le cuesta encontrarse él dentro de mi. A lo que me refiero es a que en ocasiones nos fallamos mutuamente.
Pero siempre intentamos estar ahí en uno para el otro.
Estos meses de verano siempre han sido especialmente críticos. En verano nos liberamos de pronto de las responsabilidades del curso, y las nuevas responsabilidades no se muestran de forma tan evidente. Es obvio que hay que hacer algo, pero no es una orden externa, sino interna.
Añadamos al combo las circunstancias que nos han rodeado últimamente.
1) Rester deja de ser una garduña en enero.
2) Rester pasa a ser una marta albina – más tarde descubriríamos el tipo.
3) Meses de estudio sofocantes, bajo presión.
4) Un total aislamiento del mundo para dedicarnos a estudiar.
5) La presión añadida de necesitar nota para acceder a la universidad.
Cuando por fin la cosa terminó, hicimos la PAU, supimos las notas, nos “desinflamos” y pasamos unas semanas totalmente perdidos y solos, odiando nuestro aislamiento aún más que cuando estábamos estudiando. Yo no tengo muchas amistades, y todas hacen su vida por su cuenta. El problema es que mi vida estaba limitada a mi casa, mi madre (que trabaja) y mi abuela de 80 años.
Es una atmósfera asfixiante, esté estudiando y ocupada o no. Es un envejecimiento prematuro.
Por ello estudié y busqué sacar las notas más altas que pude, para poder irme a estudiar fuera de casa, fuera de una ciudad cerrada y aburrida como es Oviedo, fuera de una casa sofocante en la que veo el deterioro de los que me rodean en cada momento.
Tampoco es que yo mentalmente esté muy preparada para relacionarme con el mundo que no conozco. Tengo un inexplicable miedo a los hombres, y soy extremadamente autocrítica. Cada paso que doy en relaciones humanas me parece nulo y estúpido.
De esta guisa me escapé unos días con mi madre (único ser del mundo con el que me encuentro a gusto, vaya si será triste a mis 18 años no haber superado el vínculo “cordón umbilical”) a Granada, casi mi “tierra prometida”. Aún consciente de que soy una pardilla que casi va de la mano de su madre, fueron días en los que vi lo que podría ser mi vida fuera de casa. Y me sentí terriblemente bien.
Hasta tal punto nos sentimos liberados cuando salimos por la mañana de casa, que al poco mi pelaje albino se había vuelto amarillo brillante, y mis patas oscuras. Fue cuando creí haber superado mi albinismo.
Fueron unos pocos días en la playa, sin horarios, sin malas caras, sin tener que aguantar las quejas y los achaques de mi abuela y sin tener que pensar en nada. Era la gloria. Y claro, como ya ha dicho, Res mostraba el pelaje de la marta japonesa.
Lo peor fue volver. Pensamos que podríamos aguantar esos meses hasta ir allí definitivamente, pero tal vez fue la euforia del viaje. A los dos días de volver nos fuimos de viaje, con mi abuela (yo la quiero mucho, pero es muy agobiante) y con unos tíos que disfrutan tomándome el pelo y criticándome. Fue entonces cuando me apreció ver el pelo de Res “intermitente”. Los dos primeros días en la playa fueron bien. Res tenía la coloración de la marta japonesa casi todo el tiempo. Luego, las cosas empezaron a torcerse, cuando mis tíos comenzaron a acribillarme donde más duele.
Inciso: Mis tíos no son malas personas. Pero desde que tengo memoria, su forma de tomar el pelo y bromear es demasiado brusca. Creen que hacen gracia y que tú lo entiendes así, pero realmente meten el dedo en la yaga y son muy cargantes. Nunca me he podido acostumbrar a este rasgo suyo, y siempre me veo superada por ellos. Me minan en mi propia autocrítica.
Vamos, que en dos días ya habían decidido que yo era una bola de grasa maleducada e inútil, y de ahí no hubo quien los sacara. Cuando más tranquila estaba, aprovechaban para fastidiar.
Tienen sus partes buenas, pero no ayudaban con las malas. Total, que esas “vacaciones de placer” sumada a la vuelta a la rutina terminaron con mis bonitos tonos amarillo huevo.
Al volver, Res adoptó un color intermedio entre albino y normal. Como si le hubieran echado una capa de pintura blanca a una marta japonesa.
Y solo intentar visualizarle así me estresa. Me pone enferma ver que sigo igual, que aún no soy libre, que sigo como siempre, más sola que nunca y más torpe que nunca.
Por eso Rester, hará ya una semana, tomó una decisión por mi. Fue más bien de mutuo acuerdo.
Era una noche, a las tantas de la mañana. Estaba inquieta, incómoda, con ganas de nada. Entonces le dije “Bueno Res, ya sabemos que tu forma es una marta, así que ya puedes cambiar”.
Y al momento mi pequeña martita japonesa se convirtió en el chico moreno que hace dos años, un verano de inestabilidad, me ayudó a encontrarme. Era una forma en la que nos habíamos sentido muy unidos y a gusto.
Ahora la toma a veces. Es muy agradable, porque sabemos que sigue siendo una marta japonesa, pero pensar el por qué de que su pelaje siga siendo albino, pensar que aún no somos libres, y pensar el tiempo que nos queda es muy estresante. En esas ocasiones, se transforma en este chico moreno de ojazos negros y camina a mi lado, charlando, despreocupado. Esa forma siempre nos gustó mucho a ambos, fue muy “liberadora”. Y ahora nos está ayudando mucho.
Como decía Res, me ayuda a conectar con las personas, a perderles un poco el miedo, y sirve como evasión hasta que volvamos a poner el pie en Granada, nos despidamos de mi familia, y él pueda volver a llevar su brillante pelo amarillo con calma.
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Vaya testamento que hemos dejado. Creo que lo necesitabamos.
Y ahora nos vamos, porque tenemos que arreglarnos e ir hasta Montecerrado a dar clases de inglés, no podemos llegar tarde, y solo tenemos media hora.
Para compensar al pobre desgraciado que haya tenido que leerse todo esto, va un dibujo de Res en su forma humana.